lunes, 12 de enero de 2009

Tiempo Ordinario.

En el año 2009, el tiempo ordinario comprende 34 semanas, de las cuales 17 se celebran antes de Cuaresma, desde el día 12 de enero, lunes siguiente a la fiesta del Bautismo del Señor, hasta el 24 de febrero, día anterior al miércoles de Ceniza. Comienza de nuevo el tiempo ordinario el día 1 de junio, lunes después del domingo de Pentecostés.

El Año litúrgico, en el ciclo llamado del Señor o Propio del tiempo, además de los tiempos que poseen un carácter propio (Adviento-Navidad; Cuaresma-Pascua), comprende unas 33 ó 34 semanas en el curso del año, a las que se ha llamado tiempo ordinario, aunque sería mejor denominarlas “tiempo durante el año” (traducción más literal del latín “per annum “). En estas semanas no se celebra algún aspecto peculiar del misterio de Cristo, sino que se evoca el mismo misterio de Cristo en su plenitud para que, en cada celebración, especialmente en los domingos, entremos en comunión con Él, vivo y presente, tanto en el mundo como eficazmente en la Iglesia, a través de la Palabra de Dios y los Sacramentos, hasta que vuelva como Rey del Universo y el velo de los signos deje paso a la plenitud de su presencia.

La diferenciación común entre tiempos “fuertes” y el tiempo ordinario como tiempo menor, no sería, del todo adecuada. Solamente el dato cuantitativo, 34 domingos, nos tendría que hacer caer en la cuenta de que el tiempo ordinario ocupa nada menos que medio año. Por otro lado, la finalidad del tiempo ordinario no la puede asumir otro tiempo litúrgico, puesto que desarrolla cómo el Reino de Dios, predicado por Cristo y cumplido en él mismo, se construye día a día, en lo cotidiano. Es en el espesor de la existencia monótona y gris; en lo ordinario donde acontece lo extraordinario: el Misterio Pascual de Cristo y nuestra comunión con Él. Y así el Misterio Pascual toca e ilumina el tiempo de los hombres, trayendo todo a la vida, traspasando el devenir matemático del tiempo, con la plenitud de la divinidad. Cristo resucitado, en su Iglesia, se hace presencia que acompaña al hombre peregrino para explicarnos las escrituras y partir para nosotros el pan de la vida como hizo en otro tiempo con los discípulos de Emaús.

El tiempo ordinario es un verdadero tiempo privilegiado y fuerte de la fidelidad de Dios y de la perseverancia del fiel que profundiza en el misterio de Cristo, sacando a la luz de la vida lo nuevo y lo viejo de nuestra redención.

http://www.conferenciaepiscopal.es/liturgia/calendarioliturgico.htm

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